Ella la estrella

Ocurrió hace dos noches: la estrella que pendía de un hilo desde hacía un par de semanas acabó por caer. Yo no lo vi, ya que aquella noche no bajé al bosque, pero me lo dijo el zorro ayer mientras contemplábamos el atardecer. Me comenta que un fuerte viento la cogió desprevenida y no tuvo tiempo a sujetarse bien.

- ¿Se habrá hecho daño? – le pregunté al zorro. Tras desperezarse durante unos segundos, frunce el ceño y me explica que cuando una estrella cae al suelo, ésta se rompe en mil pedazos dejándolo todo lleno de pequeños y brillantes diamantes mientras su espíritu se funde con el de la madre Tierra. Yo no se si creerle, ya que nunca he visto nada igual, pero él me lo asegura y aunque todos digan lo contrario, el zorro es de fiar.

Me caía bien esa estrella. Me hacía gracia la forma de reírse cuando la brisa la columpiaba. Se agarraba fuerte a su hilo y se impulsaba de lado a lado mientras hacía tintinear sus cascabeles plateados que brillaban al acariciar su luz. Todas las estrellas fugaces le tenían envidia ya que Ella era la única que podía corretear por el firmamento sin desaparecer para siempre.

Además, Ella era la única estrella que sabía guardar un secreto. El resto de estrellas son unas cotillas y se pasan las noches aireando las intimidades de la gente del bosque. Desde su posición privilegiada queman las horas observándonos para luego juntarse en constelaciones y comentarlo todo hasta que despiertan al Sol y éste las hace callar.

Me gustaría haber podido despedirme de Ella, pero no hay forma de saber si ese “hasta mañana” será el último que podamos decir. Hablaré con la gente del bosque e intentaré convencer a alguien para que me acompañe al lugar donde se estrelló Ella. Es la única forma de saber si el zorro tiene razón o no.